REFLEXIÓN SEMANAL – Sábado 12 de Noviembre

Martes 15 de noviembre – Memoria de San Alberto Magno

Alberto Magno (1206-1280) En 1223 ingresó a la Orden de Predicadores. Siendo profesor en París y Colonia, tuvo a Tomás de Aquino como alumno. El Papa Pío XI lo canonizó en diciembre de 1931 y lo nombró “Doctor universal de la Iglesia”, y Pío XII, “Patrono de los estudios de ciencias naturales”, en 1941.

Jueves 17 de noviembre – Memoria de los Santos mártires Roque González, Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo

Los “Mártires del Paraguay” o “Rioplatenses” o “Riograndenses” evangelizaron en tierras de las Misiones guaraníticas. Roque nació en Asunción en 1576. Movido de vocación misionera, ingresó en la Compañía de Jesús con 33 años. Trabajó incansablemente en civilizar a los nativos, reuniéndolos en las Reducciones e instruyéndolos en la fe y la vida cristiana. Fundó las actuales ciudades de San Ignacio Guasú y Encarnación, en Paraguay, Posadas, en Argentina. Fue muerto por la profesión de la fe, el 15 de noviembre de 1628. A su martirio siguió el de los jóvenes sacerdotes españoles: Alfonso y Juan. En 1988, Juan Pablo II canonizó a los tres jesuitas en Asunción.

Pastor y doctor para la edificación del cuerpo de Cristo. San Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia

Haced esto en conmemoración mía. Dos cosas hay destacar en estas palabras. La primera es el mandato de celebrar este sacramento, mandato expresado en las palabras: Haced esto. La segunda es que se trata del memorial de la muerte que sufrió el Señor por nosotros.

Dice, pues: Haced esto. No podríamos imaginarnos un mandato más provechoso, más dulce, más saludable, más amable, más parecido a la vida eterna. Esto es lo que vamos a demostrar punto por punto.

Lo más provechoso en nuestra vida es lo que nos sirve para el perdón de los pecados y la plenitud de la gracia. Él, el Padre de los espíritus, nos instruye en lo que es provechoso para recibir su santificación. Su santificación consiste en su sacrificio, esto es, en su ofrecimiento sacramental, cuando se ofrece al Padre por nosotros y se ofrece a nosotros para nuestro provecho. Por ellos me consagro yo. Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo.

Es también lo más dulce que podemos hacer. ¿Qué puede haber más dulce que aquello en que Dios nos muestra toda su dulzura? A tu pueblo lo alimentaste con manjar de ángeles, proporcionándole gratuitamente, desde el cielo, pan a punto, de mil sabores, a gusto de todos; este sustento tuyo demostraba a tus hijos tu dulzura, pues servía al deseo de quien lo tomaba y se convertía en lo que uno quería.

Es lo más saludable que se nos podía mandar. Este sacramento es el fruto del árbol de la vida, y el que lo come con la devoción de una fe sincera no gustará jamás la muerte. Es árbol de vida para los que la cogen, son dichosos los que la retienen. El que me come vivirá por mí. Es lo más amable que se nos podía mandar. Este sacramento, en efecto, es causa de amor y de unión. La máxima prueba de amor es darse uno mismo como alimento. Los hombres de mi campamento dijeron: «¡Ojalá nos dejen saciarnos de su carne!»; que es como si dijera: «Tanto los amo yo a ellos y ellos a mí, que yo deseo estar en sus entrañas y ellos desean comerme, para, incorporados a mí, convertirse en miembros de mi cuerpo. Era imposible un modo de unión más íntimo y verdadero entre ellos y yo».

Y es lo más parecido a la vida eterna que se nos podía mandar. La vida eterna viene a ser una continuación de este sacramento, en cuanto que Dios penetra con su dulzura en los que gozan de la vida bienaventurada.