REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 08 DE MARZO.

CINCO CAMINOS DE PENITENCIA. San Juan Crisóstomo, obispo, padre y doctor de la Iglesia.

¿Quieren ustedes que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.

El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados. Confiesa primero tus pecados y serás justificado. Por eso decía también el profeta: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, por tanto, tú mismo aquello en lo que pecaste, y esta confesión bastará al Señor para perdonarte, ya que quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo; haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, a fin de que no tengas quien te acuse ante el tribunal de Dios.

Este es un primer y óptimo camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en olvidar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, dominando nuestra ira, perdonemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; tenemos aquí, pues, un segundo modo de expiar los pecados. Si ustedes perdonan a los hombres sus ofensas –dice el Señor–, los perdonará también a ustedes su Padre celestial.

¿Quieres aprender un tercer camino de penitencia? Es la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.

Si deseas conocer aún un cuarto camino, te diré que es la limosna: ella posee una grande y extraordinaria virtualidad.

También si obras con modestia y eres humilde, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: de ello tienes un ejemplo en aquel publicano que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.

Te he recordado cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil y no te puedes excusar aduciendo tu pobreza, porque aunque vivas en una gran penuria podrías deponer tu ira y mostrarte humilde, podrías orar asiduamente y condenar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes –hablo de la limosna–, ya que esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Puesto que hemos aprendido con estas palabras a sanar nuestras heridas, usemos estas medicinas y así, recuperada ya la verdadera salud, podremos acercarnos confiados a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.