
REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 19 DE ABRIL.
SEMANA OCTAVA DE PASCUA
DOMINGO 20 DE ABRIL PASCUA DE RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
ALABANZA DE CRISTO. Melitón de Sardes, obispo y padre de la Iglesia.
Entiéndanlo, queridos hermanos: el misterio pascual es a la vez nuevo y antiguo, eterno y temporal, corruptible e incorruptible, mortal e inmortal.
Antiguo según la ley, nuevo según el Verbo; temporal en la figura, eterno en la gracia; corruptible por la inmolación del cordero, incorruptible por la vida del Señor; mortal por su sepultura en la tierra, inmortal por su resurrección de entre los muertos.
La ley, en efecto, es antigua, pero el Verbo es nuevo; la figura es temporal, la gracia es eterna; el cordero es corruptible, incorruptible es el Señor, que fue inmolado como cordero y resucitó como Dios.
Dice la Escritura: Como un cordero llevado al matadero, y sin embargo no era un cordero; era como oveja muda, y sin embargo no era una oveja. La figura ha pasado y ha llegado la realidad: en lugar del cordero está Dios, y en lugar de la oveja está un hombre, y en este hombre está Cristo, que lo abarca todo. Por tanto, la inmolación del cordero, la celebración de la Pascua y el texto de la ley tenían como objetivo final a Cristo Jesús, porque todo lo que acontecía en la antigua ley se realizaba en vistas a él, y mucho más en la nueva ley.
La ley, en efecto, se ha convertido en Palabra, y de antigua se ha convertido en nueva –y una y otra han salido de Sión y de Jerusalén–; el precepto se ha convertido en gracia, y la figura en realidad, y el cordero en el Hijo, y la oveja en hombre, y el hombre en Dios.
El Señor, siendo Dios, se revistió de naturaleza humana, sufrió por nosotros, que estábamos sujetos al dolor, fue atado por nosotros, que estábamos cautivos, fue condenado por nosotros, que éramos culpables, fue sepultado por nosotros, que estábamos bajo el poder del sepulcro, resucitó de entre los muertos y clamó con voz potente: «¿Quién me condenará? ¡Que se me acerque! Yo he librado a los que estaban condenados, he dado la vida a los que estaban muertos, he resucitado a los que estaban en el sepulcro. ¿Quién pleiteará contra mí? Yo soy Cristo –dice–, el que he destruido la muerte, el que he triunfado del enemigo, el que he pisoteado el infierno, el que he atado al fuerte y he arrebatado al hombre hasta lo más alto de los cielos: yo, que soy Cristo.
Vengan, pues, los hombres de todas las naciones, que se han hecho iguales en el pecado, y reciban el perdón de los pecados. Yo soy su perdón, yo la Pascua de salvación, yo el cordero inmolado por ustedes, yo su purificación, yo su vida, yo su resurrección, yo su luz, yo su salvación, yo su rey. Yo soy quien los hago subir hasta lo alto de los cielos, yo soy quien los resucitaré y les mostraré al Padre que está en los cielos, yo soy quien los resucitaré con el poder de mi diestra».