REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 05 DE JULIO

TODAS LAS GENERACIONES HAN FIJADO Y FIJAN SU MIRADA EN LA MADRE DE DIOS. Mensaje de san Juan Pablo II, papa, al pueblo argentino (Homilía en la ciudad de Corrientes, 9 de abril de 1987)

Dentro de esta peregrinación por tierras argentinas, el Papa celebra hoy el sacrificio eucarístico con los fieles de Corrientes y de las diócesis vecinas, y desea meditar con ustedes sobre el misterio divino de la misión del Hijo, Jesucristo, que es al mismo tiempo el misterio de la Mujer, elegida y predestinada por el Padre Eterno para ser Madre del Hijo de Dios.

Nos encontramos ante la imagen de la Inmaculada Concepción, venerada en el santuario de Itatí, fundado en el año 1615, y centro de la honda tradición mariana de esta región. Desde entonces, muchos miles de peregrinos han acudido ante esta imagen para honrar a María; para poner sus intenciones y sus vidas bajo su protección e intercesión. Hoy queremos acudir también nosotros a la Virgen María, para atestiguar ese mismo amor y esa misma confianza en la que es Madre de Dios y Madre nuestra. Queremos ser buenos hijos que vienen a saludar a su Madre; hijos que se saben necesitados de su protección maternal; hijos que quieren demostrarle sinceramente su afecto.

Cuando el ángel transmitió a la Virgen de Nazaret la voluntad del Padre Eterno, y cuando María respondió «hágase», entonces comenzó aquella particular peregrinación, que nace del corazón de la Mujer, bajo el soplo esponsal del Espíritu Santo.

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá… a la casa de Zacarías. Fue allá para saludar a su prima Isabel, de más edad que Ella, que estaba esperando dar a luz a un hijo: Juan Bautista. Por su parte, Isabel, al responder al saludo de María con aquellas palabras inspiradas, llenas de veneración hacia la Madre del Señor, alaba la fe de la Virgen de Nazaret: Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que le ha dicho de parte del Señor.

De este modo, la visita de María en Ain-Karim asume un significado realmente profético. En efecto, vislumbramos en ella la primera etapa de esta peregrinación mediante la fe, que tiene su inicio en el momento mismo de la Anunciación. El punto de apoyo, en tierra argentina, de esta peregrinación mediante la fe, lo constituyen todas las generaciones que han fijado y fijan su mirada en la Madre de Dios, como «Madre del Señor» y «modelo de la Iglesia».

La peregrinación de la Iglesia y de cada cristiano hacia la casa del Padre, se manifiesta y realiza, de modo agradable a Dios, en las peregrinaciones de los cristianos a los santuarios marianos. Los santuarios son como hitos que orientan ese caminar de los hijos de Dios sobre la tierra, precedidos y acompañados por la mirada afectuosa y alentadora de la Madre del Redentor.

Mi ánimo se llena de gozo y de agradecimiento al Señor al considerar que, a lo largo de los siglos, los hijos de esta tierra han sabido hallar en la Virgen la guía y el modelo seguro para seguir a Jesús. La religiosidad popular, tan rica y arraigada, que los caracteriza, queridos hermanos, muestra que, en lo más hondo de la conciencia de ustedes, se asienta la firme convicción de que nuestra vida sólo tiene sentido si se orienta, radical y completamente, hacia Dios. La devoción a la Cruz de los Milagros –Cruz fundacional de Corrientes–, y a la Limpia Concepción de Itatí, ponen de manifiesto cuáles son sus grandes amores: el Señor Crucificado y su Madre Inmaculada, la criatura que más y mejor supo unirse al misterio redentor de su Hijo. Por eso, deben conservar y fomentar las variadas manifestaciones de su piedad popular, como cauce privilegiado para su unión con Dios y con los demás.

Cuando el Nordeste argentino recibió la luz de la fe, en la primera mitad del siglo XVI, el mensaje del Evangelio vivificó toda su existencia, gracias al celo –tantas veces heroico– de aquellos primeros sacerdotes y religiosos misioneros, entre los que destacaron los franciscanos y los jesuitas, con figuras señeras como las de fray Luis de Bolaños, san Roque González de Santa Cruz y tantos otros.

Las misiones o «doctrinas» de los jesuitas constituyen, sin duda, uno de los logros más acabados del encuentro entre los mundos hispano-lusitano y el autóctono. En ellas se puso en práctica un admirable método evangelizador y humanizador, que supo hacer realidad los fuertes lazos que existen entre evangelización y promoción humana.

Los emigrantes de los dos últimos siglos, que han venido a sumarse a los criollos, han aportado sus propios valores culturales, su trabajo y, en la mayor parte de los casos, su fe católica, contribuyendo así a formar la sociedad, firmemente enraizada en la misma fe que la vio nacer en los orígenes del Nuevo Mundo.

Todos nosotros hemos sido concebidos y hemos nacido de nuestras madres; en el Hijo de María recibimos, sin embargo, la filiación adoptiva de Dios. Llegamos a ser hijos en el Hijo de Dios. Y si somos hijos –dice el Apóstol– también somos herederos por la voluntad de Dios. Hemos sido llamados a participar en la vida de Dios a semejanza del Hijo. Recibimos, por obra suya, el Espíritu Santo que clama: ¡Abbá, Padre!