REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 26 DE JULIO.

EXAMINEN SI LOS ESPÍRITUS VIENEN DE DIOS. De las Actas de Luis Gonçalves sobre los hechos de san Ignacio.

Ignacio era muy aficionado a los libros que refieren las gestas insignes de hombres célebres, narraciones llenas de historias fabulosas e imaginarias. Cuando se sintió restablecido, pidió que le trajeran algunos de esos libros para entretenerse, pero no se halló en su casa ninguno; entonces le dieron para leer un libro llamado Vida de Cristo y otro que tenía por título Flos sanctorum, escritos en su lengua materna.

Con la frecuente lectura de estas obras, empezó a sentir algún interés por las cosas que en ellas se trataban. A veces volvía su pensamiento a lo que había leído en tiempos pasados y entretenía su imaginación con el recuerdo de las vanidades que habitualmente retenían su atención durante su vida anterior.

Entretanto iba actuando también la misericordia divina, inspirando en su ánimo otros pensamientos, además de los que suscitaba en su mente lo que acababa de leer. En efecto, al leer la vida de Cristo nuestro Señor o de los santos, a veces se ponía a pensar y se preguntaba a sí mismo: «¿Y si yo hiciera lo que hizo san Francisco? ¿O lo que hizo santo Domingo?». Y así, su mente estaba muy activa. Estos pensamientos duraban mucho, hasta que, distraído por cualquier motivo, volvía a pensar, también prolongadamente, en las cosas vanas y mundanas. Esta sucesión de pensamientos lo ocupó bastante tiempo.

Pero había una diferencia; y es que, cuando pensaba en las cosas del mundo, ello le producía de momento un gran placer; pero cuando, hastiado, volvía a la realidad, se sentía triste y árido de espíritu; por el contrario, cuando pensaba en la posibilidad de imitar las austeridades de los santos, no sólo entonces experimentaba un intenso gozo, sino que además tales pensamientos lo dejaban lleno de alegría. Él no advertía esta diferencia ni le daba importancia, hasta que, abriéndosele un día los ojos del alma, comenzó a admirarse de esta diferencia que experimentaba en sí mismo: mientras una clase de pensamientos lo dejaba triste, otra, en cambio, alegre. Y así fue como empezó a reflexionar seriamente en las cosas de Dios. Más tarde, cuando se dedicó a las prácticas espirituales, esta experiencia lo ayudó mucho a comprender lo que sobre la discreción de espíritus enseñaría a los suyos.