
REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 02 DE AGOSTO.
LUNES 04 DE AGOSTO; MEMORIA DE SAN JUAN MARÍA VIANNEY, SACERDOTE.
MIÉRCOLES 06 DE AGOSTO; FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR.
¡Qué bien estaría quedarnos aquí! Anastasio Sinaíta, monje.
Jesús manifestó a sus discípulos en el monte Tabor este misterio que hoy celebramos. En efecto, después de haberles hablado, mientras caminaba con ellos, acerca del reino y de su segunda venida gloriosa, realizó admirablemente aquella divina manifestación, en el monte Tabor, como una imagen prefigurativa del Reino de los cielos, para que quienes quizá no estaban muy seguros de lo que les había anunciado acerca del reino, fueran convencidos firmemente en lo íntimo del corazón, y para que por lo presente creyeran también las cosas futuras. Era como si les dijese: «Para que la distancia en el tiempo no engendre en ustedes la incredulidad, ahora mismo, en el tiempo presente, les aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en la gloria de su Padre».
Y el evangelista, para mostrar que el poder de Cristo estaba en armonía con su voluntad, añade: Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él.
Estas son las maravillas de la presente solemnidad, este es el misterio, saludable para nosotros, que hoy se ha cumplido en el monte, ya que ahora nos reúne la muerte y, al mismo tiempo, la festividad de Cristo. Por esto, para que podamos penetrar, junto con los elegidos entre los discípulos inspirados por Dios, el sentido profundo de estos inefables y sagrados misterios, escuchemos la voz divina y sagrada que nos llama con insistencia desde lo alto, desde la cumbre del monte.
Debemos apresurarnos a ir hacia allí –me atrevo a decirlo– como Jesús, que aquí es nuestro guía y precursor en el cielo, con quien, espiritualizada nuestra mirada, brillaremos renovados en cierta manera los rasgos de nuestra alma, hechos conformes a su imagen, y, como él, transfigurados continuamente y hechos partícipes de la naturaleza divina, y dispuestos para las cosas más elevadas.
Corramos hacia allí, animosos y alegres, y penetremos en la intimidad de la nube, a imitación de Moisés y Elías, o de Santiago y Juan. Seamos como Pedro, arrebatado por la visión y aparición divina, transfigurado por aquella hermosa transfiguración, desasido del mundo, abstraído de la tierra; despojémonos de lo carnal, dejemos lo creado y volvámonos al Creador, al que Pedro, fuera de sí, dijo: Señor, bueno es estarnos aquí.Ciertamente, Pedro, en verdad qué bien estaría quedarnos aquí con Jesús, y permanecer aquí para siempre. ¿Qué hay más dichoso, más elevado, más importante que estar con Dios, ser hechos conformes a él, ser hallados en la luz? Ciertamente cada uno de nosotros, al tener a Dios en sí y ser transfigurado en su imagen divina, exclame con alegría: Bueno es estarnos aquí, donde todo es resplandeciente, donde está el gozo, la felicidad y la alegría, donde todo en el corazón es tranquilo, sereno y dulce, donde vemos a Cristo, donde él, junto con el Padre, pone su morada y dice, al entrar: Hoy ha llegado la salvación a esta casa, donde con Cristo se hallan acumulados los tesoros de los bienes eternos, donde hallamos reproducidas, como en un espejo, las primicias y las imágenes de los siglos futuros.