REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 19 DE JULIO.

EL DÍA DE LA IGLESIA. San Juan Pablo II, papa. Carta apostólica Dies Domini (Nn. 35-37)

El domingo, día del Señor, se manifiesta también como «día de la Iglesia». Es por ello que la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía. En este sentido, el Concilio Vaticano II ha recordado la necesidad de «trabajar para que florezca el sentido de comunidad parroquial, sobre todo en la celebración común de la misa dominical». En la misma línea se sitúan las orientaciones litúrgicas sucesivas, pidiendo que las celebraciones eucarísticas que normalmente tienen lugar en otras iglesias y capillas estén coordinadas con la celebración de la iglesia parroquial, precisamente para fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo, sea en torno al Obispo, especialmente en la catedral, sea en la asamblea parroquial, cuyo pastor hace las veces del Obispo.

La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad. En efecto, en ella se celebra el sacramentum unitatis que caracteriza profundamente a la Iglesia, pueblo reunido «por» y «en» la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En dicha asamblea las familias cristianas viven una de las manifestaciones más cualificadas de su identidad y de su ministerio de iglesias domésticas, cuando los padres participan con sus hijos en la única mesa de la palabra y del Pan de vida. A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Misa dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Misa, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto. A ello contribuirá también, cuando las circunstancias lo aconsejen, la celebración de Misas para niños, según las varias modalidades previstas por las normas litúrgicas.

En las Misas dominicales de la parroquia, como comunidad eucarística, es normal que se encuentren los grupos, movimientos, asociaciones y las pequeñas comunidades religiosas presentes en ella. Esto les permite experimentar lo que es más profundamente común para ellos, más allá de las orientaciones espirituales específicas que legítimamente los caracterizan, con obediencia al discernimiento de la autoridad eclesial.

En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del pueblo de Dios. En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último «día del Señor», el domingo que no tiene fin. En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia y se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su «retorno». Esto hace del domingo el día en el que la Iglesia, manifestando más claramente su carácter «esponsal», anticipa de algún modo la realidad escatológica de la Jerusalén celestial. Al reunir a sus hijos en la asamblea eucarística y educarlos para la espera del divino Esposo, la Iglesia hace como un ejercicio del deseo, en el que prueba el gozo de los nuevos cielos y de la nueva tierra, cuando la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajará del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.