REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 09 DE AGOSTO.

Este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. San Ambrosio, obispo, padre y doctor de la Iglesia.

Vemos que el poder de la gracia es mayor que el de la naturaleza y, con todo, aún hacemos cálculos sobre la gracia de la bendición profética. Si la bendición de un hombre fue capaz de cambiar el orden natural, ¿qué diremos de la misma consagración divina, en la que actúan las palabras del Señor y Salvador en persona? Porque este sacramento que recibes se realiza por la palabra de Cristo. Y si la palabra de Elías tuvo tanto poder que hizo bajar fuego del cielo, ¿no tendrá poder la palabra de Cristo para cambiar la naturaleza de los elementos? Respecto a la creación de todas las cosas leemos que él lo dijo y fueron hechas, él lo mandó y existieron. Por tanto, si la palabra de Cristo pudo hacer de la nada lo que no existía, ¿no podrá cambiar en algo distinto lo que ya existe? Porque no es menos difícil dar el ser a lo que no existe que dar un nuevo ser a lo que ya existe.

Pero ¿para qué usamos de argumentos? Sirvámonos de sus ejemplos y demostremos la verdad del misterio con el misterio de la encarnación. Cuando el Señor Jesús nació de María, ¿por ventura lo hizo según el orden natural? El orden natural de la generación consiste en la unión de la mujer con el varón. Es evidente, pues, que la concepción virginal de Cristo fue algo por encima del orden natural. Y lo que nosotros hacemos presente es aquel cuerpo nacido de una virgen. ¿Por qué buscar el orden natural en el cuerpo de Cristo, si el mismo Señor Jesús nació de una virgen, fuera de las leyes naturales? Era real la carne de Cristo que fue crucificada y sepultada; es, por tanto, real el sacramento de su carne.

El mismo Señor Jesús afirma: Esto es mi cuerpo. Antes de las palabras de la bendición celestial, otra es la realidad que se nombra; después de la consagración, es significado el cuerpo de Cristo. Lo mismo podemos decir de su sangre. Antes de la consagración, otro es el nombre que recibe; después de la consagración, es llamada «sangre». Y tú dices: «Amén», que equivale a decir: «Así es». Que nuestra mente reconozca como verdadero lo que dice nuestra boca, que nuestro interior asienta a lo que profesamos externamente. Por esto la Iglesia, contemplando una gracia tan grande, exhorta a sus hijos, exhorta a sus miembros a que acudan a los sacramentos, diciendo: ¡Coman, amigos, beban, queridos, embriáguense! Qué es lo que hay que comer y beber, nos lo enseña en otro lugar el Espíritu Santo por el profeta: Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a él. En este sacramento está Cristo, porque es el cuerpo de Cristo. No es, por tanto, un alimento material, sino espiritual. Por ello dice el Apóstol, refiriéndose a lo que era figura del mismo, que nuestros padres comieron el mismo alimento espiritual y bebieron la misma bebida espiritual. En efecto, el cuerpo de Dios es espiritual, el cuerpo de Cristo es un cuerpo espiritual y divino, ya que Cristo es espíritu, tal como leemos: El espíritu ante nuestra faz, Cristo el Señor. Y en la carta de Pedro leemos: Cristo murió por ustedes. Finalmente, este alimento fortalece nuestro corazón, y esta bebida alegra el corazón del hombre, como recuerda el salmista