REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 18 DE ENERO.

EL VINO NUEVO DE LA VERDADERA ALEGRÍA. San Máximo de Turín, obispo.

Cambiando el agua que llenaba las tinajas, en vino, el Salvador ha hecho dos cosas: ha provisto a los invitados a las bodas de una bebida y ha hecho el signo de que, por el bautismo, los hombres quedarían llenos del Espíritu Santo. El mismo Señor lo ha declarado en otra parte, diciendo: «¡A odres nuevos, vino nuevo!» (Mt 9,17). En efecto, los odres nuevos significan la pureza del bautismo, el vino, la gracia del Espíritu Santo.

Catecúmenos, prestad una particular atención. Vuestro espíritu que todavía no conoce a la Trinidad se parece al aguan fría. Es necesario calentarla con el calor del sacramento del bautismo, como se hace con un vino, para transformar un líquido pobre y sin valor en gracia preciosa y rica. Como el vino, adquirimos buen sabor y aroma de dulzura; entonces podremos decir con el apóstol Pablo: «Para Dios somos el buen olor de Cristo» (2Co 2,15). El catecúmeno, antes de su bautismo, se parece al agua que duerme, fría y sin color…, inútil, incapaz de dar energía. conservada durante largo tiempo, el agua se altera, corrompe, se vuelve fétida… El Señor ha dicho: «el que no nazca de nuevo del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos» (Jn 3,5).

El fiel bautizado se parece a un vino vigoroso y rojo. Todas las cosas de la creación con el tiempo se estropean, tan sólo el vino mejora envejeciendo. Pierde cada día de su aspereza, y adquiere una textura llena de suavidad, de un rico sabor. Igualmente el cristiano, a medida que pasa el tiempo pierde la aspereza de su vida pecadora, adquiere la sabiduría y la benevolencia de la Trinidad divina.