REFLEXIÓN SEMANAL DEL SÁBADO 18 DE OCTUBRE.

EL SEÑOR VIENE DETRÁS DE SUS PREDICADORES. San Gregorio Magno, papa, padre y doctor de la Iglesia.

Nuestro Señor y Salvador, hermanos muy amados, nos amonesta unas veces con palabras, otras con obras. Sus hechos, en efecto, son preceptos, ya que cuando silencioso realiza algo nos hace conocer lo que debemos hacer. Manda a sus discípulos a predicar de dos en dos, ya que dos son los preceptos de la caridad, es decir, el amor de Dios y el del prójimo.

El Señor envía a los discípulos a predicar de dos en dos, a fin de indicarnos silenciosamente que el que no tiene caridad para con los demás no puede aceptar, en modo alguno, el ministerio de la predicación.

Con razón se dice que los envió por delante, a todas las ciudades y sitios adonde él había de ir. En efecto, el Señor viene detrás de sus predicadores, ya que, habiendo precedido la predicación, viene entonces el Señor a la morada de nuestro interior, cuando corren delante las palabras de exhortación, y por ellas la verdad es acogida en el alma. En este sentido dice Isaías a los predicadores: Preparen el camino del Señor; enderecen las sendas para nuestro Dios. Por esto les dice también el salmista: Alfombren el camino del que sube sobre el ocaso. Sobre el ocaso, en efecto, sube el Señor, ya que en el declinar de su pasión fue precisamente cuando, por su resurrección, puso más plenamente de manifiesto su gloria. Sube sobre el ocaso, porque, al resucitar, pisoteó la muerte que había sufrido. Por esto nosotros alfombramos el camino del que sube sobre el ocaso cuando anunciamos su gloria a las almas de ustedes, para que él, viniendo a continuación, las ilumine por la presencia de su amor.

Escuchemos lo que dice a los predicadores que envía: La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Para una mies abundante son pocos los obreros; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque si bien hay quienes escuchen cosas buenas, faltan quienes las anuncien. Miren cómo el mundo está lleno de sacerdotes, y, sin embargo, es muy difícil encontrar un obrero para la mies del Señor; porque hemos recibido el ministerio sacerdotal, pero no cumplimos con los deberes de este ministerio.

Piensen, pues, amados hermanos, piensen lo que se dice: Rueguen al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Pidan ustedes, pidan por nosotros, para que podamos obrar lo que les conviene y para que nuestra voz no deje nunca de exhortarlos, no sea que, después de haber recibido el ministerio de la predicación, ante el justo juez nuestro silencio nos condene.